MAYAMAYA

 

Exposición de Antonio Maya y Jerónimo Maya

Del 2 de diciembre al 11 de enero de 2022
 
Comisariado por Mar Laguna

Poderosos Pecios
Maya, Maya, tiéndeme una mano y tírame una red. Un naufragio anunciado de pecios poderosos esparcidos por el fondo, que en esta sala navegamos con los pies. Como un faro, la niña nos desafía a pasar, como una esfinge que nos hace cuestiones de autoconciencia: a una pléyade hundida, como la época disecada, apompeyada, sin tiempo ni recurso, paralizada como la escayola que nos ha
tocado vivir.

“Se denomina pecio (del latín posclásico pecia o petia, o en bajo latín pecium o petium, ‘fragmento o pieza rota’) a los restos de un
artefacto o nave fabricado por el ser humano, hundido total o parcialmente en una masa de agua (océano, mar, río, lago, embalse, etc.). Un pecio puede ser producto de un accidente marítimo, naufragio o catástrofe natural, pero también puede ser ocasionado por abandono, hundimiento intencional, descuidos o negligencias.”

Teniendo en cuenta lo anterior, es de remarcar la alusión que hacen a Jerónimo en otro texto sobre su obra: “Conceptualmente se inspira en un deseo imposible: entender y traducir el espacio y el tiempo, comprender la realidad, en fin, el sitio
que nos hace y determina.” En esta muestra nos vamos a encontrar dos generaciones que conviven por primera vez en tres dimensiones. Antonio Maya, padre, y Jerónimo Maya, hijo. Nacidos de la misma loba y amamantados por el mundo de lo real y la figuración. En esta exposición y ya desde hace muchos años vendrá la segunda generación aullando por la abstracción, o como dice él complacientemente; la “figuración
surrealista”.

Juzguen ustedes mismos cómo conviven cuatro manos que se tienden entre ellas y entre sí, y cristalizan lo accidental que se convierte en poderoso. Una figura de bronce, tímida como el niño del calamar, como es su propio título, inunda la sala con su humilde y expresiva blancura recalcando hasta al príncipe que ha de ser mendigo. No ostenta, no llora, curiosea e investiga. Sus lágrimas habrán inundado la sala, provocando el encallado del bote en las olas que tiene detrás.

Los monstruos acechan, el origen y el fin de las especies, como los peligros de ojos hundidos y dientes fieros y cortantes colas. Esos peces no van solos, se entretejen con las algas y el fondo marino, con los desechos de los hombres que han templado la costa para que el niño juegue, a encontrar, a descubrir. O quizás se queden para siempre en el fondo del mar, si nadie los busca, si nadie se atreve a mirarle a los ojos a la mar, la niña, la mujer, las olas. Al salir se convierte en alguna quimera.

Las autorías y gestos de las cuatro manos, se embozan como aparejos prístinos recién lavados por el sol y las mareas y así atraídos hasta la orilla de nuestra sala de exposiciones, se ilumina la encarnación de una realidad encantada, inasible que grita tragando salitre, petróleo y cenizas, testimonio de lo vivido. Con un llamamiento quieto, un gesto inmóvil, y un aullido inconforme, la memoria y la huella de dos generaciones que son nuestras y de nuestra sociedad, hacen posible como a quien le roza una concha los dedos de los pies, algo que ha desparecido, hundido. Lo que ya no nos creemos ninguno: ecos, resonancias, presagios, y algún que
otro canto de sirenas.

Comisariado por Mar Laguna